Un paquete chileno
Chile puede ser el ejemplo predilecto para definir a un Estado que en muy poco tiempo dejó de proyectar una imagen de desarrollo y pujanza. El que pudo ser visto como el país más estable y organizado de la región estalló, cual pompa de jabón, dejando expuestas heridas profundas, inequidades acentuadas y patéticas manifestaciones rudimentarias, lo que lleva inexorablemente a cuestionar si el rostro afable de la nación era una careta que se desprendió, mostrando la real faz de los problemas, o si por el contrario, lo que aceleró la descomposición fue un ambicioso y peligroso plan de destrucción.
Independientemente de la postura que se tenga y el escenario que desee asumirse, lo que hace coincidir ambas posiciones es que el país cambió, generándose una manera distinta de ver los acontecimientos, en la que los temores, las viejas consignas y los vacíos terminan imponiéndose. Chile pareciera haber retrocedido a episodios que no evidenciaba y que se tornaban habituales en la región. Como un brusco jamaqueo la inestabilidad anidó en la cotidianidad, permitiendo que un cuestionamiento absoluto se posase sobre el horizonte del país.
En medio de la incertidumbre por lo que pudiese llegar, las últimas elecciones presidenciales, lejos de aplacar las angustias, parecieran exacerbarlas. Los dos candidatos más votados que aseguraron su paso a la segunda ronda que se llevará adelante el próximo 19 de diciembre, fueron José Antonio Kast y Gabriel Boric, quedando en el tercer puesto un personaje que al estar incurso en diatribas legales no quiso trasladarse al país para hacer campaña, en el cuarto el abanderado del oficialismo y en el quinto la aspirante de una unión histórica entre socialcristianos y socialdemócratas, que pese a haber aportado tanto a la democratización del país durante varias experiencias gubernamentales, no consiguió cautivar.
La campaña se ha quedado sumergida en una diatriba en la que Kast ha sido señalado de esgrimir un discurso nostálgico de la funesta dictadura militar, asomando medidas de crecimiento económico, en detrimento de variables sociales y mostrando propuestas que generan inquietud en temas de migración y derechos fundamentales, mientras que Boric une a su inexperiencia y a algún manejo comunicacionalmente torpe de ciertos asuntos, una remembranza hacia el presidente Allende y ciertas alianzas que generan ruido. Lo difícil de esto es que se pierde la cordura política y tal como dijo el candidato oficialista Sebastián Sichel durante la primera vuelta, pareciera que algunos prefieren mirar el pasado y no el futuro.
De todas maneras ambas figuras han tendido puentes hacia electorados menos radicalizados, encontrando que la tarea pareciera mucho más avanzada para Gabriel Boric que ha aglutinado a importantes figuras de la intelectualidad como la escritora Isabel Allende, al reconocido expresidente Ricardo Lagos, al emblemático dirigente Sergio Bitar y oficialmente a dos agrupaciones relevantes como son el Partido Socialista y la Democracia Cristiana, pudiendo gestarse la base que garantice su triunfo, pero también el dique que impida a ciertos socios radicales tratar de resquebrajar aún más al Estado. Que gane el mejor, pero ver a personalidades y grupos relevantes fijar posición, da tranquilidad.