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Sacrificios para el derroche

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En el mundo se está haciendo cada vez más frecuente, desafortunadamente, observar que algunos personajes actúan con cinismo y desparpajo, enviando a sus poblaciones a hacer sacrificios exagerados, mientras ellos se quedan en la apariencia de la benevolencia y en la conducción, repitiendo sin ruborizarse que no entran en esas medidas que dictan, pues su investidura les permite tener un margen de libertad que sus connacionales no pueden ni pensar.

Unos violan impunemente las normas que ellos mismos establecieron, dibujando un grotesco escenario en el que surgen individuos de primera y segunda categoría. Las directrices y las sanciones por violar lo estipulado recaen en los demás, mientras ellos se dan una buena vida en la que la opulencia, el derroche, e incluso la ostentación, están a la orden del día, sin importar lo que los demás puedan pensar. Lo peor del caso es que llegan al colmo de justificar sus acciones como si de una travesura se tratase.

Aunque los grados de las prácticas y su desenlace varían, hay dos casos que pueden citarse, pues cada uno en su dimensión deja en evidencia a esos actores que piden a las personas pasar trabajo, mientras ellos disfrutan sin inmutarse. El primer episodio es el del polémico exministro del Interior de Perú, que pese a existir la prohibición de hacer reuniones sociales, hizo una fiesta. Al ser descubierto, lejos de actuar con gallardía, mintió sobre lo ocurrido, e incluso recurrió a un burdo montaje en el que una vecina asumía la falta por él cometida. Al final, descubierto el hecho, fue conminado a renunciar.

El otro acontecimiento es mucho más grave, pues el líder norcoreano Kim Jong-un, ante la carestía de alimentos y de insumos básicos, pidió a los habitantes de su nación que se sacrificaran y comieran menos. La declaración, que es una vulgar afrenta a la dignidad, puede encerrar peligrosas pretensiones, pues la línea entre comer menos, o sencillamente no comer, es muy tenue, y conociendo el comportamiento del liderazgo de ese país, pese a la opacidad existente, confinar a los ciudadanos a “alimentarse” con pasto como último recurso, ha sido un ejercicio observado en varios momentos de la historia.

A la larga las sociedades pasan factura a aquellos que los inducen a sufrir, con tal de que ellos se mantengan bien. El punto es que podrán mostrarse risueños, rozagantes, e incluso fortalecidos, pero a la larga la dignidad se impone y pasan a ser recordados como indignos sujetos a los que la infamia y la vergüenza lacerarán hasta la eternidad, pues exigir a otros el sacrificio, mientras se derrochan los placeres, es el camino directo al oprobio.

correoacademicoldav@gmail.com
@luisdalvarezva

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