La estrategia del PRI
Después de más de siete décadas en el poder, el Partido Revolucionario Institucional de México perdió las elecciones. Lo ocurrido se convirtió, sin lugar a dudas, en una tragedia en la que una fuerza política relevante pasaba a una acera en la que no estaba acostumbrada a actuar. Sin embargo, lo acaecido terminó convirtiéndose en una oportunidad para hacer las cosas de manera diferente. Atrás quedaron los días en los que el partido encabezaba los escrutinios, incluso en más de una oportunidad sin adversarios en el horizonte. Sin embargo, a partir de ese instante le tocaba hacer oposición y entender la realidad desde un punto de vista complejo.
Algunos señalaron, con una retórica radical y destemplada, que el partido heredero de la revolución mexicana y que rigió los destinos de la nación desde los albores del siglo XX, no volvería a ejercer el mando y que su propuesta política quedaría a merced de un electorado que no permitiría que esa organización volviese a pisar el palacio presidencial, reduciendo su presencia a los libros de historia, a las acusaciones de personalismo y a una época en la que si bien hubo éxitos, muchos asocian con oscuridad.
Debió ser sumamente duro para la tolda política sentir que tenía que entregar el mando, que no había maniobra que pudiese impedirlo y que el mejor paso a la posteridad era reivindicando la decisión ciudadana de haber votado por un grupo opositor, por ende, con una gran gallardía llevaron a una transición y terminaron entonces dando un paso al costado para convertirse en el rival del grupo que ahora asumía el gobierno y de una opinión pública que los fustigaba con fiereza y crueldad.
Sin embargo, el partido no se quedó cruzado de brazos y empezó a trabajar en un nuevo liderazgo que combinaba lo novedoso de los tiempos que transcurrían, con la experiencia de muchos que tenían décadas en la política. De esta manera, doce años después de haber abandonado el gobierno nacional, regresaron con Enrique Peña Nieto, un hombre joven que nada tenía que ver con el pasado y que ofrecía una dinámica diferente. La historia se había quedado en López Portillo, Díaz Ordaz, Echeverría Álvarez y otros presidentes. Lo que llegaba era novedoso y podía aprovecharse. Infortunadamente la gestión del gobierno no resultó fructífera y los escándalos de la violencia, corrupción y acciones indebidas marcaron el período, manchando así la puesta en práctica de una dinámica que permitía avanzar.
El PRI ofrece un ejemplo pertinente para entender que aunque se presenten escenarios para nada favorables, los partidos pueden cambiar y erigirse como alternativa, siempre y cuando cambien la forma y combinen la experiencia con la juventud, no minimizando los parámetros ideológicos y no colocando todo en las redes y la campaña. Cuando los resultados no acompañan a una tolda, el reto es poner su ímpetu, su historia y su militancia al servicio del país, adaptándose a las vicisitudes, recuperando sus banderas mostrando que más allá de cambios generacionales, toca retomar los valores. Las toldas históricas se salvan, de allí que ese partido, contra todo pronóstico, pudo volver victorioso.