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Natalia lloró vendiendo tintos para vivir, pero hoy es socia de una fábrica de muebles

Profesora de Informática y Educación Especial, además de asistente dental, no ha logrado emplearse en su profesión a pesar de ser una colombiana retornada

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Nacer, irse y volver. Así es la vida de Natalia Saldarriaga, ella nació en Manizales, pero sus padres decidieron irse a Venezuela en el año 1983, cuando apenas tenía 8 meses de nacida.

A su padre, trabajador del diario El Tiempo en Bogotá y conocedor de las rotativas, le ofrecieron empleo en Mérida-Venezuela, por lo que no dudó en aceptar la oferta y encargarse de varias imprentas de diarios muy conocidos y con historia en esa ciudad.

Es por eso que Natalia fue criada en Venezuela, sólo con sus padres, pues es hija única, el resto de la familia no la conocía sino hasta que tuvo 9 años, edad cuando sus padres la trajeron a Colombia a vivir un tiempo, plan que no resultó bien, pues ella, a los siete meses extrañaba a sus padres y a su país.

Si, su país, porque se siente venezolana y aunque califica dentro del estatus de colombiana retornada, dice que se siente migrante porque al llegar a Bogotá en el año 2019 fue mucho el tiempo que estuvo desorientada, sin conocer para que -más allá de la legalidad- le servía la ciudadanía que heredó de sus padres.

Como muchos venezolanos, Natalia salió del país cansada de padecer la crisis que generó la Emergencia Humanitaria Compleja. Escasez, filas para comprar comida, pésimos servicios públicos, un derecho a la salud vulnerado totalmente por el Estado, entre otras situaciones, la impulsaron en el año 2019 a viajar por 15 días a Bogotá para conocer a la familia de sus padres.

Vivir la normalidad de un país con anaqueles abastecidos, sin filas para hacer mercado y cargar combustible, sin cortes de energía eléctrica, además de impresionarla, le dijeron a Natalia “sal de Venezuela”, porque “no quiero acostumbrar a mi hija a que todo sea un caos”.

Un comienzo difícil, pero con buen aroma

Natalia recuerda que luego de ese viaje le dijo a su hija “nos vamos a vivir a Colombia” y al por qué de la jovencita le respondió: “quiero que conozcas otras cosas, quiero que sepas que en todo el mundo no es problema ir a comprar pan, que tú en la farmacia consigues medicamentos, que hay comida”, así que su hija no opuso resistencia a la decisión.

Emprendieron viaje a Bogotá, Natalia y su hija Angyeluz, para ese entonces con 16 años, fueron recibidas por la familia y allí comenzó el camino de migrantes, la búsqueda de empleo, pensar qué hacer para producir dinero, buscar de qué vivir.

Frustrada porque sus títulos profesionales de profesora de Informática y Educación Especial y el aval de Asistente Dental no le servían si no los apostillaba y alcanzada de dinero para invertir en esos trámites, Natalia, luego de consultar a amistades, se lanza a las calles de Bogotá a vender tintos.

Natalia lloró vendiendo tintos para vivir, pero hoy es socia de una fábrica de muebles
Foto Cortesía

Recuerda que lloraba no porque le afectara el oficio, sino porque no sabía como ofrecer los tintos, no sabía por donde ir, no le compraban y hasta era torpe con el carrito y los termos que compró como inversión para su sustento de vida, pues recuerda que varias veces se le volteó el carrito y partió unos cuantos termos.

Persistente en su oficio nuevo, logró ver resultados, a medida que la conocían aumentaban las compras y las sugerencias de agregarle al carrito otros productos, cigarrillos, pan, aromáticas, galletas, confites. Su hija se sumó al trabajo con otro carrito y hacía lo mismo que Natalia, así que eran dos produciendo dinero para vivir y con la bendición de que la familia les tendió la mano y les abrió las puertas.

Por al menos 8 meses Natalia, vendiendo tintos, logró ahorrar para pagarle un colegio privado a su hija, lo hizo para que no repitiera un año de estudios, pues en todos los centros educativos le decían que debía cursar un año que ella ya había estudiado en Venezuela, así que no había de otra que buscar en la educación privada para que Angyeluz fuera bachiller pronto.

Un jugoso negocio

De los tintos Natalia pasó a vender jugo de naranja, empezó a diversificar la oferta producto de un puesto de jugos que vio en la calle y ella se animó a imitar el emprendimiento, el resultado fue exitoso, pues en ese negocio logró tener tres puestos de jugo de naranja, lo que la ayudó para independizarse.

En paralelo, año 2020, Natalia encuentra empleo en una fábrica de muebles, tenía un horario completo, pero otras personas trabajaban los carritos de jugo, esos ingresos le sirvieron para pagarle a su hija estudios de Pastelería en una academia privada.

Pero como el ojo del amo engorda el ganado y ella no podía estar pendiente de sus carritos, llegó el día en que el negocio no era rentable, por lo que ya con un empleo formal decide dejar su emprendimiento y dedicarse a la fábrica de muebles.

Allí, por casi 3 años aprendió sobre el ramo y hoy día ha logrado independizarse y ser socia de otra fábrica de muebles Mueble Moderno camino del emprendedor que recorre con miedo, pero al mismo tiempo optimismo por consolidar su negocio y lograr la estabilidad que desea, sobre todo porque a sus 41 años la edad pesa y es un estigma para emplearse en este país.

Ni tan de aquí

A cinco años de haber migrado de Venezuela, Natalia se sigue sintiendo más venezolana que colombiana, aún al banano lo llama cambur y a la papaya: lechosa. Su papá murió hace muchos años y su mamá, quien aún vive, luego de residir en Estados Unidos un tiempo, retornó a Colombia.

En Venezuela no le queda familia, sólo sus suegros, los abuelos de su hija a quien ella ha visitado en un par de oportunidades.

Para que Natalia se sienta realmente una colombiana retornada, cree que el Estado debe ejecutar un plan que oriente, ayude y beneficie a los venezolanos hijos de colombianos que a consecuencia de la Emergencia Humanitaria Compleja han salido de Venezuela buscando oportunidades en la tierra de sus padres o en su propia tierra.

“Debe existir un programa que te ayude con una beca, con la inserción laboral, con los trámites para convalidar títulos, un programa que te haga sentir verdaderamente un retornado y no un migrante desorientado”, concluye.

IG: nataliasaldarriaga58
IG: @el_mueblemoderno

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