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El impacto de la retórica antiinmigrante en las comunidades migrantes

Este discurso aviva tensiones raciales y propaga miedo entre los inmigrantes, que históricamente han sido utilizados como chivos expiatorios para unificar a la población bajo un enemigo común. Pero los afectados también muestran resiliencia al mantener sus culturas y luchar por sus derechos

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Con las elecciones presidenciales de 2024 en pleno apogeo, la retórica antiinmigrante se está volviendo cada vez más cruda en Estados Unidos. Desde el expresidente Trump hasta otros candidatos de menor rango, los inmigrantes han sido catalogados como “criminales”, “enfermos mentales” y “basura”.

Este discurso de odio tiene consecuencias en el mundo real, avivando tensiones raciales y étnicas, y propagando miedo y dolor en las comunidades migrantes. Estos grupos incluyen a los trabajadores que garantizan que haya comida en las mesas de los estadounidenses día tras día.

Sociólogos, organizadores y trabajadores agrícolas exploraron en un encuentro con la prensa el impacto que esta retórica está teniendo, especialmente en California, que alberga la mayor población de trabajadores migrantes en el país.

El enemigo construido

Manuel Ortiz Escámez, sociólogo y periodista audiovisual, aborda las raíces del sentimiento antiinmigrante en Estados Unidos. Explica cómo, históricamente, los inmigrantes han sido utilizados como chivos expiatorios para unificar a la población bajo un enemigo común. “Desde los irlandeses en el siglo XIX hasta los mexicanos en la actualidad, la retórica de odio ha sido una herramienta política recurrente”, afirma.

La construcción del “enemigo”, como lo describe el filósofo Umberto Eco, ha sido para Ortiz una táctica poderosa para manipular el sentimiento público. Eco destaca cómo el poder político a menudo necesita crear un enemigo para unificar a la gente y mantener el control. El famoso autor escribió: “El enemigo es tanto física como moralmente repugnante… el enemigo quiere quitarte lo que es tuyo.”

“Los inmigrantes han sido retratados como amenazas, una narrativa que ha persistido a lo largo de la historia y sigue influyendo en las políticas y actitudes actuales”, remata Ortiz Escámez.

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Resiliencia indígena

Arcenio López, director del Proyecto de Organización Comunitaria Mixteca Indígena, ofrece una perspectiva desde las comunidades migrantes indígenas de México. A pesar de enfrentar discriminación constante, ellos continúan luchando por mantener su identidad y derechos.

López destaca que la retórica de odio, como el uso de términos despectivos y la insistencia en “hablar americano”, es un intento de borrar las culturas indígenas. Sin embargo, estas comunidades se mantienen firmes, defendiendo su lengua, cultura y derecho a existir en tierras que consideran suyas por derecho ancestral.

A pesar de sus contribuciones, estas comunidades a menudo son objeto de discursos de odio y racismo. “Nos llaman ‘Oaxaquita’, ‘Indio’, y nos dicen que hablamos un ‘dialecto’, no un idioma. Señalan que estamos equivocados, que somos bajitos, que somos feos”, relató López. Esta avalancha diaria de insultos subraya un problema más amplio de racismo sistémico que ha estado incrustado en la estructura de los Estados Unidos.

Historias desde el campo

Urbano Jiménez y Ángela Camacho, trabajadores agrícolas en California, narran su lucha diaria. A pesar de las condiciones difíciles y los bajos salarios, encuentran orgullo y resiliencia en su trabajo. Sin embargo, la retórica antiinmigrante añade una capa adicional de desafío, haciéndolos sentir como si no pertenecieran, a pesar de su papel esencial en la economía estadounidense.

Urbano y Ángela son dos de esos trabajadores del campo. “Nos levantamos a las 4:00 a.m., estamos en el campo a las 5:30 a.m., y trabajamos hasta las 3:00 p.m.”, dijo Jiménez. “Es un trabajo muy difícil. La gente en la ciudad no se da cuenta de lo que pasa en los campos. No ven el sufrimiento.”

La labor agrícola no solo es físicamente exigente, sino que también está mal remunerada. “Gano $15 por hora, que es el salario mínimo en California. Pero $15 no es suficiente para vivir aquí”, compartió Jiménez. “Es muy caro. Trabajo todo el día, pero a veces no puedo ni siquiera pagar el alquiler.”

A pesar de estas dificultades, Jiménez y Camacho están decididos a seguir trabajando. “Nosotros, como trabajadores agrícolas, somos esenciales”, dijo Camacho. “Sin nosotros, no habría comida en las mesas. Hacemos este trabajo porque es necesario, y porque somos buenos en eso.”

La Unión de Campesinos de América ha sido fundamental en la organización de estos trabajadores, luchando por mejores salarios y condiciones laborales. Jiménez y Camacho, junto con muchos otros, continúan luchando por el respeto y la dignidad que merecen como seres humanos y trabajadores esenciales.

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